miércoles, 7 de septiembre de 2011

Vital desorientación de un cadáver recién nacido…

Cadavérico, desmembrado, con la podredumbre avanzando hacia su más próxima despedida, expande sus viejas alas el olvidado ángel dentro su cuerpo casi inerte, a sabiendas de que una parte más de mi acaba de morir y que la última está a punto de hacerlo… es hora ya de levantar el vuelo… perdido ya hace mucho, encontrado siempre, más bien localizado, nunca se ha ido, siempre ha estado allí, suspendido entre pecho y espalda por telarañas y alfileres, piedra fría que jamás dejo de latir, nunca permitió el olvido, tampoco elevo el recuerdo. Solo esperó siempre la nueva visión angelical que le permitiese mojar una vez más su seca divinidad.

Me elevo entre claros destellos, entre haces de luz parpadeante, entre el sueño medio dormido aun que ha de alumbrar mi camino, sal en mis heridas rememora mi constante dolor, ha llegado la hora, el epitafio está en su lugar, el obituario yo mismo lo he escrito, la muerte ha perdonado este cuerpo antes, esta vez yo llamo a su puerta.

Cansados son mis pasos alrededor de mi propio cuerpo, no me distingo postrado, no me encuentro en ese silencio. Un ser sin alas, sin rumbo, resignado a su propia resignación, si alguna vez me he rendido no es este el momento de volver a hacerlo, ya no veo en esos ojos vacuos, ya no escucho mi cantar disperso, me abandono y vuelvo a nacer, a falta de plumas he de forjar de asfalto mi nuevo camino a las nubes… El espejo se presenta frente a mi amenazante, esta vez sí estoy dentro, puedo verme viéndome, puedo adivinar mis intenciones, la lucha ha terminado… Como lobo perdido muestra los dientes, perspicaz y agresivo, dispuesto pero en calma… Una vez más he muerto, doblan las campanas, celebran el descenso bastardo de la cobardía y esperan la llegada pronta de un nuevo día.
   
No ha de olvidar esta vez lo pasado, ha de colgar de su cuello su muerte reciente, haciendo pesado su vuelo, volviendo más fuerte el reflejo de la luna que le espera… No se petrifica la memoria, avanza cada recuerdo en cada uno de mis pasos, elevo oraciones sobre mi ataúd… agradezco su maloliente presencia en este rumbo que ahora cambia pero que siempre ha sido el mismo.

Otro perro ladra desde una azotea distinta, lejana, casi inalcanzable, escucho su gruñido, recuerdo su olvido… ¿Quién proclamó mi muerte? ¿Quién cobijó mi alma? ¿Quién lamió mis dedos al pasajero encuentro de una caricia? Escucho su aullido en ambas vidas, en esta que acaba de morir y también en esta que apenas ha empezado… la hojarasca ha cubierto nuestros pasos juntos, la tierra a bañado la sombra de la primavera, el invierno se consume en distancia… pero aun entierro mis colmillos en aquella mano que me alimento, su sangre es todavía muy dulce y mi sed todavía muy grande… ¿Quién ha colocado esa piedra sobre la cruz que me acompaña? Con mi podredumbre y su bendición aullare alto para que me escuche… Si te echo en falta busca en tus labios, la luna siempre te ha de dar los míos, si es que me llamas clava agujas en mis ojos y puñales en mi espalda para saber que sigo vivo, pues la muerte es aún muy cercana y no sé cuándo volveré a buscarte…

Y ahora que al fin no hay nada, resta mucho por hacer, el camino ha de ser duro y el tiempo presuroso, pero con las alas extendidas es más fácil volar hacia la nada….

Pancho.